Cambridge, UK

Tenía 17 años cuando finalmente llegó el momento de tomar un avión a un pueblo en que jamás pensé que terminaría, representaba mi libertad, esa expresión a sentimientos encontrados, sueños incumplidos y rebeldía. Era justo 1992 cuando esto ocurrió, después de mucho llorar, dar besos al por mayor y grandes fiestas de despedida tomé el rumbo a lo desconocido con un primer descanso en NY que me tomó 5 horas, después en Reikiavik -4 horas, en donde lo único que pude ver por la ventana en ese pequeño aeropuerto fue nieve y frío, llegué a Londres con un diccionario en la mano, dinero en la panza y cansancio. Finalmente entré al coach station y compré el boleto a mi pueblo, era un día de otoño.
El otoño pasó entre cartas y canciones, sentada en una ventana en la que escribía mis aventuras a esas personas que ansiosas de saber mis aventuras me presionaban para que escribiera semanalmente, yo trataba de cumplir pero jamás pude cumplir todas las expectativas, mi novio en turno, gastaba fortunas para poder estar presente en mi vida y no perder detalle de los acontecimientos de mi ser, no se limitaba en la marcación México- Cambridge, al menor impulso de tristeza realizaba su actividad preferida. Vivía a las afueras en una casa grande en donde compartía un cuarto mediano, en la calle de Blinco Grove CB1, 7AN ja, ja, ja. Mis días ahí terminaron con un muy amargo sabor de boca, pero dio pie a que mis mejores días comenzaran.
Comencé trabajando en las tardes en Sidney Suxxes College y en las mañanas en un pequeño Hotel, Lensfield Hotel, en donde era simplemente una mucama con falda negra pero acento alegre, libreta en mano para escribir vocabulario y ansiosa de aquellas nunca recibidas propinas. Entre el hotel y el college acudía a clases de inglés en el aquel llamado Anglia Polytechnic University.
La vida cambió cuando me cambié al City Center, a mi amado 47 Lensfield Road CB2, 1EN, la querida Señora Pi cuando supo de mi desdicha me ofreció techo, el trabajo ya lo tenía ella era la jefa que cada mañana veía el reloj como para hacerme sentir mal cuando entraba por la puerta unos minutos tarde a esa cocina griega, para su tristeza nunca logro mi incomodo, siempre entré con la cara en alto y oliendo a quien sabe que diantres, la felicidad se encargó de arrebatarme la tristeza a partir de esos días. Mi vida en un flat era como un recomenzar con la vida y conmigo misma, llegar a ese espacio tan grande cada día me hacía sentir incomoda, me daba largos baños en la bañera de aquel tan acogedor espacio, la cocina era descontroladamente iluminada y en el salón sólo se escuchaba mi música, no tenía muebles sólo lo indispensable y con eso me bastaba para conocerme a mí misma, ahí escribí la primera tarjeta de navidad a mis recién divorciados padres, ahí lloré descontroladamente debido a esa sensación interna que me hacía moverme, ahí dejé el pasado. Eran días de invierno, oscuros, lluviosos, tristes, con nieve.

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